miércoles, 8 de octubre de 2008

UN POCO MÁS QUE UN ACTOR





Es uno de los actores más grandes. No porque haya nacido el 27 de mayo de 1922. No porque su estatura sobrepase largamente los ciento noventa centímetros. Sí, porque es un actor prolífico, versátil, que ha sabido dar a sus papeles un toque de distinción que lo catapulta a un alto lugar en el arte cinematográfico, lugar que no todo el ambiente del cine le otorga.
Christopher Frank Carandini Lee, tal su nombre completo, es además, uno de los actores que más películas ha filmado, por lo que la lista completa sería, en verdad, extensa.
Luego de una serie de papeles secundarios, que incluye una aparición en “Hamlet” de Lawrence Olivier, comenzó a ser “visible” en el film “La batalla del Río de La Plata” en 1956, hasta el año siguiente, en que le fue encomendado el rol de monstruo en “La Maldición de Frankenstein”. Su éxito fue enorme, pero su consagración definitiva llegará al año siguiente con “El horror de Drácula”, dirigida a igual que la anterior por Terence Fisher, coprotagonizada también por Peter Cushing y en una producción de la famosa Hammer.
El papel del conde vampiro lo acompañaría por muchas películas más durante los años 60 y 70 (“Drácula, príncipe de las tinieblas”, “El poder de la sangre de Drácula”, “Drácula vuelve de su tumba”, “Las cicatrices de Drácula” y hasta un documental llamado “En busca de Drácula”, en el que oficiaba de relator y del conde, por supuesto), intercalando también con otras producciones de cine de terror, llegando a ser la máxima figura en la especie en esa época, junto con Cushing y Vincent Price, como antes lo habían sido Lugosi, Karloff y antes todavía, Lon Chaney. Así, protagonizó, entre otras, “La calavera del marqués”, “La Gorgona” “La casa de los horrores del Dr. Terror” y fue Kharis, en “La Momia” del año 1959.
También fue un “villano del cine” formidable y no solo en películas de horror. Bastaría solo mencionar a Scaramanga, el enemigo de James Bond en “El hombre del revólver de oro”, pero no sería justo olvidar las varias películas en que interpretó a Fu Manchú, “El hombre de mimbre” o “Rasputín, el monje loco”, con una actuación soberbia, teniendo tiempo también para ser héroe y personificar en más de una ocasión, a un sobrio y bien logrado Sherlock Holmes.
Recuerdo también que me llamó la atención su maravillosa actuación en “El monstruo de Londres”, película que era nada menos que una versión – buena a mi criterio – de Dr. Jeckyll and Mr Hyde, de Stevenson, en que personificaba al malogrado científico. Y hasta probó la comedia en “El cristiano mágico” con Peter Sellers, en la que aparecían también Yul Brynner y Roman Polansky.
El tiempo atentó contra su popularidad y si bien continuó trabajando, los fines de la década del 70 y toda la del 80 no fueron los mejores momentos.
Pero no hay mal que dure cien años y aún los vampiros, que son en principio inmortales, pueden fenecer con una buena estaca. En este caso, su decaída carrera volvió a surgir fuertemente, pues logró fabulosas actuales en papeles que, aunque pequeños, dieron clara muestra de que su talento estaba intacto. O mejorado.
“Sleepy Hollow”, “Charlie y la fábrica de chocolate” y “El cadáver de la novia” (voz en esta última) todas del genial Tim Burton, son una prueba fehaciente de ello y en las que podemos disfrutar, además, de su profunda voz y de su dicción casi perfecta. Esa voz lo ha llevado a grabar canciones con el grupo Rhapsody y en alguna ocasión se ha declarado algo así como fanático del heavy metal.
Pero eso no es todo. Christopher Lee volvería aún con más fuerza que antes, volviéndose a convertir en un “villano” terrible y grandioso, o mejor dicho, en “villanos”. Y no en pequeñas producciones precisamente, pues se trata nada menos que “El señor de los anillos” en que interpreta al siniestro mago Saruman, y en “La guerra de las galaxias”, dando vida (y muerte) al conde Dooku. Con ello, una nueva generación de cinéfilos pudo conocerlo y admirarlo y hasta la crítica formuló elogios por estas últimas actuaciones, logrando ganar un premio y ser candidato a otros por su Saruman, personaje por el que siempre manifestó fascinación, así como fanatismo por la obra de Tolkien.
Pero este excelente actor nunca anteriormente había sido “considerado”, como ocurre casi siempre con quienes padecen de algún modo el encasillamiento, más aún si éste opera en el cine de horror.
No se qué pensará él, pero eso a mí no me importa. Lo que acabo de escribir es lo que pienso, es lo que siento y es lo que quiero comunicar. Y cuando el gran Christopher nos abandone – como en algún momento lo hacen todos los seres humanos – surgirán voces que destacarán su genialidad, su personalidad (que no conocieron), su versatilidad, sus records, su voz, su dicción y otras tantas características, pero se oirán tarde. No así, las que lo valoran actualmente y lo han hecho antes que, bueno es decirlo, no han sido pocas.
A estas últimas quiero sumarme. Por eso vaya aquí un homenaje modesto, pero sincero y apasionado, con respeto y admiración.
Edgardo Salatino

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